TRÉS CUENTOS DE Sergio Mondragón López

1. BLANQUITA

A NOVA

…Y por supuesto a la abuela.

Cuando era niña, recuerdo que me encantaba por las tardes ir a visitar a mi abuela, que vivía cerca de mi casa.

Siempre me recibía con una alegre sonrisa y un nuevo cuento para entretenerme, aunque “creo” no todos sus relatos eran cuentos; como fue el caso de Blanquita.

Cierta tarde en que llegué a su casa ya me esperaba mi taza de leche caliente y el pan de chocolate que siempre me invitaba mi abuela, pero ella no estaba, ¡Ohh! Gran misterio, pues ella siempre me recibía.

-¿Dónde estará?-me pregunté.

Así que sin hacer ruido comencé a buscarla, fui a las recamaras, al patio, pero al llegar a la cocina la encontré hincada con un pedazo de pan en la mano y llamando a alguien.

Me acerqué y le pregunté que a quién llamaba y me dijo:

-A Blanquita, pero estoy preocupada porque tiene días que la llamo y no quiere salir. Espero que no le haya caído mal la comida de ayer.

Le pregunté que quién era “Blanquita” y mi abue se incorporó lentamente y acercándose a mí me dijo:

-Blanquita es una ratita que vive atrás de la estufa, pero no te preocupes, es muy mansa y buena persona, muy limpia y hacendosa y es mi amiga. No se lo comentes a nadie porque van a pensar que estoy loca.

Lo primero que pensé y a mi corta edad entendí, que a mi abuelita ya no le subía agua al tinaco, vamos pues, que en realidad estaba medio loca; pero a la vez tenía ante mí un caso muy raro para investigar, así que comencé a frecuentar más la casa de la abuela.

A partir de esa ocasión no había tarde en que mi abue me platicara de Blanquita, de lo que había hecho en el día o alguna de sus aventuras o travesuras, porque era una ratita muy traviesa, como decía mi abue.

Así que esas tardes se convirtieron en el momento mágico del día, el momento en que la fantasía desbordada de mi abuela me llevaba a algún museo o a algún país lejano que Blanquita había visitado en alguna de sus aventuras. Dos tazas de leche, pan de chocolate, un cálido sillón, mi abue y yo y Blanquita en la voz de ella. Eso era mi vida en aquellos días.

En una ocasión que llegué temprano mi abue me llamó a la cocina y con su dedo me indicó que guardara silencio para inmediatamente señalarme que viera la estufa, y vi una cola que salía de una de las hornillas, como si un ratoncito quisiere salir de espaldas de allí; la cola se movía ondulante y dejaba ver parte del cuerpo.

-¡Blanquita! –grité alegre y el animalito se metió inmediatamente alejándose del lugar.

-La asustaste, te dije que no hicieras ruido y ahora no saldrá hasta mañana. En fin, ¿quieres pan y leche y el cuento de hoy?

♣♣♣

“Muchos años después, frente a un pelotón de fusilamiento, el coronel…” ¿No verdad?, perdón, eso es de otro cuento ¿o novela?, bueno el chiste que ese también me lo leyó mi abue, y así como me lo leía ella, no dudo que Blanquita tuviera que ver en esa novela.

Lo cierto es que muchos años después, cuando mi abue ya se había ido y me había abandonado es ese mar de fantasías y cuentos, regresé a su casa, que ya era habitada por mis primos, y caminé por donde me llevaba ella y vi sus objetos que diariamente utilizaba y pasé a su recamara; todo estaba intacto. Al entrar en ese espacio parecía que el tiempo se había detenido, ni el polvo se prestaba a ser testigo de ese tiempo ya ido. Todo limpio e inmaculado.

Tal vez algún día me anime a escribir los cuentos de la abuela, que viven en mi recuerdo.

Antes de retirarme me acordé de su vieja estufa, ¡Como irme sin verla!, di unos pasos y allí estaba, intacta.

Juro que las lágrimas se me salían, pero en ese momento vi una cola que se asomaba ondulante entre hornillas y de pronto me sentí feliz, así como cuando de niña me sentía triste e iba a llorar mi abue comenzaba una nueva historia. Pero, ¿sería Blanquita la dueña de esa colita?

♣♠♣

2. EL TELLO

Se llamaba Tello, creo que así se llamaba, o bueno, al menos así le decían en el barrio: “El Tello”.

No sé por qué al final de los veranos siempre me acuerdo de él, será porque lo recreó en las tardes lluviosas parado en la esquina de mi calle esperando a Manuel, mi hermano, con su inseparable chamarra a cuadros azules, tan lustrosa y olorosa a humedad, a humedad de tiempos, de recuerdos… aquella que mi hermano alguna vez le regalo en un remoto diciembre, cuando mi padre le dio una nueva y esa ya no le gustaba.

Cuando conocí por primera vez al Tello era yo un chamaco, posiblemente frecuentaba la casa desde hacía mucho tiempo, pero yo no tenía conciencia plena de él, sería por su aspecto triste y desolado, aunque se esforzaba por ser simpático con nosotros, pero era muy callado.

Había perdido a sus padres desde muy niño y sus tíos lo habían abandonado a su suerte por el retraso mental que sufría. Fueron años difíciles para él.

Manuel y Tello se conocieron jugando en la calle y una mañana en que mi madre mandó a mi hermano por las tortillas, regresó con él y desde entonces frecuentó la casa, era bien recibido y en varias ocasiones se quedó a dormir.

Pasaron los años y Manuel entró a estudiar a la preparatoria número dos, que está cerca de la antigua Hemeroteca, en las calles del Carmen. El Tello seguía llegando a la casa con su eterna chamarra de cuadros azules, su triste mirar y ya convertido en todo un muchacho. Siempre traía un radio portátil de segunda mano, queriéndolo vender a quien se dejase para sacar unos pesos extras, pero nunca conseguía venderlo a nadie. Había llegado a querer a Manuel como a un hermano y a la familia como si fuera suya, y de hecho era la única que tenia.

En el barrio había entre los muchachos una costumbre que posiblemente no exista en otros estratos sociales o se le tome como una tontería: La amistad, que podía llegar a los extremos de hermandad o podía comprometer hasta la muerte; y esto lo platico por la amistad que sentía Tello por mi hermano.

***

1968 fue un año duro, muy duro para todos. Había mucho movimiento en las calles del Centro, mi madre no nos dejaba asomar la nariz a la puerta; en una ocasión que regresábamos de visitar a mi abuelo, vimos cómo le prendían fuego los estudiantes a un camión de los llamados “chatos” allá en calzada de la Ronda y después la corretiza. No me causaba miedo, posiblemente por mi corta edad, aparte que lo relacionaba con las Olimpiadas que a cada rato televisaban, pero los disturbios nada, ni una nota periodística, solamente el movimiento que había en la ciudad a causa de los Juegos Olímpicos, así que relacionaba una con otra.

Mi padre se preocupaba mucho por Manuel porque no llegaba temprano a casa y hubo ocasiones en que ni llegaba. Una noche no lo dejó salir, es más, lo escondió. Fue la noche en que el ejército tomó por asalto la prepa uno, que estaba a unas calles de la prepa dos; fue la noche del bazucazo. Más tarde llego Tello muy alarmado, tenía varios días de no ir a la casa, y fue a buscar a mi hermano a la prepa y por poquito lo pescan. El ejército patrullaba las calles cercanas a la escuela, así que mi padre tampoco lo dejó salir. En aquel tiempo decir estudiante era como decir maleante, Tello no tenía pinta de lo primero pero por si las dudas también lo escondieron.

Manuel tenia nuevos amigos, nuevas aventuras, estaba comprometido con el movimiento estudiantil, y al pobre Tello lo fue haciendo a un lado. Tello seguía llevándole a mi madre humildes dulces, que ella siempre agradecía invitándolo a comer, porque en realidad no tenía otro lugar a donde ir, pero poco a poco se fue alejando de la casa. Las últimas veces que salieron juntos, Manuel lo usó para que le echara “aguas” cuando se veía con su novia en la entrada de la vecindad, y aun así pienso que Tello disfrutó el haberlo hecho.

No quiero culpar a mi hermano del distanciamiento del Tello, lo cierto es que Manuel pensó que él se acoplaría a los cambios de la juventud, pero Tello se sintió traicionado.

***

Al correr de los meses, el Tello quiso venderles a unos vagos de Tepito su radio y al no llegar a un acuerdo lo apuñalaron y se dieron a la fuga. A nosotros nos fueron a avisar que estaba muerto, tirado en la calle, y entre los vecinos nos cooperamos para su entierro.

   Al paso de todos estos años, su recuerdo me duele, me duele que en algún momento, dentro de su cerebro nebuloso se haya sentido traicionado por Manuel. Me duele pensar que se fue con ese sentimiento.

Ha pasado mucho tiempo, pero cada fin de verano, en estas tardes lluviosas, lo sigo recordando.

3. LA BELLEZA AZUL

A Ana Laura

Es impresionante Dr. Blogs, pero no la he vuelto a ver. Por más que la he buscado se la tragó la tierra.

Tal vez pensará que estoy loco, que ella nunca existió, pero sí existió. Hace ya siete años que la perdí. En aquel tiempo ya estaba muy avanzado el asunto de los androides, pero nunca sacaron a la luz hasta donde habían avanzado, y claro, a la fecha ya deben de estar perfeccionados todos los modelos; si es lo que estoy pensando ella era un androide. ¡Hasta donde  la ciencia ha avanzado! ¿Qué somos, somos dioses?, porque sólo ellos crean seres y nosotros que hemos creado, claro, la mente humana ha inventado infinidad de robots, ¡pero esto! Espero me pueda entender, porque después de esa experiencia no he encontrado mi camino, Dr. Edgard Blogs.

Todo comenzó aquella noche cuando me sentía tan solo y fastidiado de ese trabajo encomendado en París, esa hermosa ciudad que la modernidad no ha podido transformar su romanticismo y belleza, y fui a aquel bar a despejar mis penurias del día. En aquella mesa, frente a una copa de vino, me sentía más solo que nunca viendo pasar a las mujeres que cotidianamente iban a tomarse una copa, cuando de pronto una silueta fue acercándose a mí, era tan bella, parecía un ángel (disculpe esta expresión que en nuestros tiempos ya no se usa, pero así era),  al tenerla frente a mi preguntó si podía sentarse, con una voz suave, cálida, y ¡claro! no me podía negar, en todo caso, que perdía. Sus facciones y su rostro eran perfectos, es más, podría asegurar que tenía un aire tierno. Solamente sus ojos eran de un azul metálico, profundo, frio; solo por ese conducto podría pensar que era una máquina.

Recuerdo aquella música tenue, suave, que nos invitaba a bailar, pero Dr. Blogs, bien sabe que no se bailar. La música era ideal para el momento, se va usted a reír, pero si tuviese la certeza que era una maquina pensaría que traía integrado un karaoke, pero no era así. El discjockey había elegido ese tema para el momento romántico. Traté de entablar una plática trivial, no sabía que decirle, al final ella comenzó la acción:

-¿Por qué crees que soy una máquina, por mis ojos? – y levantándose lentamente me zampó un beso en los labios, juro que sentí su aliento, el sabor de sus labios carnudos, su perfume…

-¿De qué paraíso te escapaste, preciosa, -le dije-de dónde vienes?

-Eso es lo de menos, simplemente estoy aquí esta noche, posiblemente por los mismos motivos que tú.

-Pero…

-Mi pasado, presente y futuro no te conciernen, sólo piensa que el destino nos juntó esta noche, de acuerdo. La música seguía, me acerqué más a ella y la bese tratando de descubrir ese ser que había conocido. Ahhh Humphrey Bogart, como te envidio los besos que le dabas a tu chica en “Casa Blanca”, definitivamente me sentí un tonto.

-No te preocupes, eres muy apuesto, me gusta tu manera de ser- dijo ella.

-Ahhh, ¿También lees la mente?

-No, simplemente veo tu forma de actuar, elemental. ¿Te parecería que soy muy atrevida si te invitase a tomar una copa a mi departamento?, tal vez podrías despejar un poco tu tristeza.

Manejaba mecánicamente como autómata sobre Champs Elise y al llegar a la Sorbona se metió a su derecha en la primera calle y llegamos a su departamento, un edificio de varios pisos al cual entramos. En el ascensor la duda me trabó al comprobar que su vista estaba fija al infinito, perdida, pero no hice ningún comentario.

Su departamento era amplio, diferentes tonos de azul poblaban la estancia.

-Algo frió el lugar.

-¿Por?

-Por el azul, como tus ojos.

-No te preocupes, ahorita enciendo el calefactor, y respecto a mis ojos, no te parecen hermosos. –Se sentó a mi lado.

-Más bien fríos, pero dime a que te dedicas.

-No tengas miedo, ya te dije, no te incumbe, pero no lo tomes a mal, más bien, no te lo puedo decir.

-Bueno, tan sólo dime tu nombre, no creo que te importe…

-No, no me importa, me llamo Ariana.

-¿Ariana la belleza azul? –quise bromear.

-No, simplemente Ariana.

Diciendo esto se paró y se dirigió a una de sus recamaras para regresar a los pocos minutos con una bata azul más cómoda. En verdad se veía bella, esa noche fue la belleza azul.

No creo que en el mundo otra vez pueda encontrar otra mujer así, por eso quiero conservarla en mi mente, en mis recuerdos.

Esa noche volví a ser joven, su calor me envolvió, pero, pensándolo bien, todo fue de película, o fue la ocasión, música suave, chocolates, un buen vino, todo a media luz y ella, más que nada ella.

A la mañana siguiente, un pequeño dolor de cabeza, se va usted a reír, una nota en el buró: “Axel te atenderá, (Axel es su pequeño robot) te busco más tarde, Ariana”. Sentí una presencia junto a mí. Era el robot que me ofrecía un vaso con una bebida efervescente.

Al salir me dirigí a mi piso, todo el día estuve trabajando en mi investigación bibliográfica, pero siempre esperando su llamada. Para en la noche mi desesperación era total. Pasaron los días y nada, así que me encaminé a su departamento; nada, habían desocupado el lugar. La busqué por todo Paris, hasta que me cansé.

Tiempo después, ya en New York, leí una nota en el New York times que decía “…Dentro de poco tiempo se estrenará el prototipo Arián, de industrias Arián, el androide mujer que vendrá a cubrir el antiguo modelo…” y vi la foto del androide que anunciaban, era ella, ella… Fui a industrias Arián y me encontré con un ejército de androides iguales a ella; así que me entrevisté con el ingeniero en jefe del proyecto y le conté mi experiencia.

-Imposible-dijo- nuestros modelos están en experimentación, solamente podría ser nuestro modelo madre, pero aun así, por políticas de la empresa no podría darle su ubicación.

Peleé, me cansé y no logré nada. Su recuerdo me atormenta, creo que me enamoré de ella. Solo me queda el recuerdo. Es por ella que acudo a usted, pero tristemente yo soy el Dr. Edgard Blogs. Espero no volverme loco.

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Sergio Mondragón López. Escritor, bibliotecario  e investigador en arte y literatura. Nace en la Ciudad de México en 1960. Estudia la primaria y secundaria en el antiguo barrio universitario y la preparatoria en Villa Coapa. Desde muy joven comienza a trabajar en lo que fue la Refinería “18 de Marzo” en Azcapotzalco. Por aquellos años (1974-1979) comienza a publicar en pequeños periódicos  y folletos de la Refinería y de la Escuela Secundaria número 1 “Cesar A. Ruiz” donde estudio. El amor por la literatura siempre lo ha perseguido y toda la vida ha estado junto a los libros. Ha trabajado en distintas Bibliotecas tanto privadas como gubernamentales. Ha publicado en la revista “La Familia Cristiana” Teniendo una sección a su cargo, así como colaboraciones en diferentes gacetas de Universidades católicas. También ha publicado en revistas por internet en España: Sitio de Ciencia –Ficción.  En México en la revista electrónica” Distrito 14” de Culiacán, Sinaloa. En 2012 pública “Cuentos del Camino”, libro de cuentos, llegando en 2015 a la segunda edición. En 2017 “Carta para mi hijo”, pensamiento publicado en el libro Cuentos del Camino fue traducido al Nahuatl. En 2018 colaboró en el libro colectivo “Cosechando Haikus”. Y como él siempre comenta: “Sigue siendo alumno de la vida…”