POEMAS DEL LIBRO EN EL ESTUDIO – por MANUEL PARRA AGUILAR

Sur un ciel sombre se détachait un cône noir à dentelures. Nous tournions Morea pour découvrir Tahiti.

Paul Gauguin

 I

¿Qué decir de la víspera del color,
esa duda,
forma casi,
(ya en silencio su trascendencia),
línea que no termina por empezar?
¿Qué decir de la sensación de extravío,
la que da la mano a la otra línea en el color,
la que es idea solo,
la que es pensamiento solo?

II

En el crepitar,
la forma extiende su sentido:
sublime exactitud del ojo y su silencio.
Apenas pensamiento:
una ventana,
un vaso,
una almohada,
el olor marino de la sal,
el oro de los cuerpos.
No basta elegir la lógica de las cosas,
ser elegido por ellas.

III

En el margen de error,
vale la pena recordar la decisión que da rumbo a la mano.
No la forma en sí, su construcción en el reino del mundo.
No la luz en plena quemadura,
su punto de fuga en tonos suaves.

De pronto:
entra por los ojos el mar azul que adquiere todas las gamas del verde,
del violeta,
del nacarado.
Pincel y espátula.

IV

Que la idea se deriva de los elementos impuros,
los viejos
–no tanto–
al dominar las formas correctas
para explicarnos lo nuestro,
lo sobrado.
Por eso los ojos
–en el rostro del lienzo–
nos miran:
Exposición.

 V

Sobre la tela:
nada.
Apenas una idea.
Olor de resina el estudio,
sabor de agua dormida el estilo.
De alguna manera
azul cerúleo sobre la norma celeste del cielo,
paredes color naranja, techo rojo,
de marrón la tierra, vivos en tono púrpura,
en tonos verdes y oscuros, se dice.

Un solo pétalo disuelve los pinceles
donde muere la ardiente mariposa:
algunos hombres/casa luminosamente verdes,
con vivos en blancos, durísimos.
…Apenas otra idea. 

VI

Fruta madura y estanque en la penumbra.
Naturaleza muerta: la tierra brava y la memoria inmóvil.
El rostro a ras de tierra: movimiento.
Alguna flor de Dios en la hora interminable:
No hay remedio para las formas que nos buscan.

Los hombres y su metafísica, sus dioses, los gigantes manes.
Las calles empedradas resuenan por los cascos de caballos de madera.
De la fruta de la rama a la rama del lienzo está la piel abierta.
Hoy no dormirá nadie.

VII

Exposición:
no para el arte la ingenuidad:
para la vida.
Sin embargo ocurre que a veces,
entre el sueño
o
el vacío,
el movimiento de la mano exige al ojo el genio que lo nombra,
el punto exacto que, pese a todo,
cabe en la ignorancia de admirar por vez primera todas las cosas.
Aquí el sueño,
un fragmento de la historia.
Aquí el vacío,
la apariencia en cada imagen.

Al dudar:
lo que busca la vida la tela lo encuentra.

VIII

En la tranquilidad de las cosas humanas,
preservar el detalle,
lo firme de la certeza:
hombres/casa puestos de pie, cíclopes que no ven, mujeres mal vestidas,
el reflejo amarillo del sol sobre los ojos,
el comienzo del día a punto de parecer cualquiera:
es la metamorfosis plena de las formas,
es su equilibrio,
es la academia y su aprendizaje,
son los patios y las señoronas que,
sin saberlo,
han entrado en esta tela.

 IX

Arreboles como un espejo,
manojos de nubes delgadas como un hilo,
cristales con roca:
rincones donde el óleo no alcanza a nombrarse,
donde apenas el agua alcanza a pintar de espuma su propia piel.

A medias,
los verdes, el rosa, el púrpura, los pigmentos,
sin intención ocupan el arriba
y
el abajo.

X

El pie del mundo atado al lienzo.
Las perspectivas de lo que se ve y se desea ver.
Crear la tierra en tonos oscuros,
con la consciencia del agua y sus cristales.
Dar una introducción a las nubes para no perderse,
otra introducción al matiz olvidado en las plantas, sobre los cuerpos;
en sí,
lo que se recuerda de la infancia es realmente lo que vale:
el estar azul de los pájaros, el color del sueño,
en fin,
del amor y no otra cosa.

XI

En la ciudad,
en la naturaleza todo lo creado exige otro ángulo.
De buen modo se reconcilia el principio con el fin.
Al abrir la puerta tratar
de buscar con exactitud el Nombre
y se abrirá el mundo como el rostro de la piedra ante el hogar,
el mejor hogar:
el despiadado.

 XII

La fragmentación del objetivo, su secuencia:
primera escala del Deseo.
Así se erigió la idea.

La estructuración del color, su traslado:
de la paleta a la línea, la línea sobre el lienzo.
Así se erigió la forma.

La certeza de lo posible aún no hecho:
cosas humanas para tal empeño.
Así se erigió el estilo.

¿Habrá que iluminar la idea, la forma, el estilo solo por si acaso?

XIII

Quietud. Encender el día.

Porque seguramente quien lo nombra no comprende el temor inquieto de las cosas.

Parece como si su presencia

o estadía rómpase en concéntricos trazos, firmes, luminosos,

como si la duda, la certeza, el aquí o el ahora tuvieran su mano en la idea.

Pero distinto a lo mismo.

XIV

Quedémonos así,
con la certeza de que todo es en verdad imposible.

–Quietud–

Bien dices. No saludes, no mires, no amases el contorno de esta mano que se rompió los domingos porque no sabes en verdad cuánto desprecio le tienes

XV

Un reflejo herido fluye de un reflejo
y
anuncia otro:
decir que su centro inmóvil gira.
Oscura es la palabra que nombra al ideal: Deseo,
pero no basta.

♦♦♦

Manuel Parra Aguilar. Hermosillo, Sonora, México. Maestro en Estudios de Arte y Literatura por la Universidad Autónoma del Estado de Morelos. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Ha ganado el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines; los Juegos Florales Iberoamericanos Ciudad del Carmen; el Premio Internacional de Poesía Oliverio Girondo, organizado por la Sociedad Argentina de Escritores, SADE; el Premio Nacional de Poesía Amado Nervo; el Premio Nacional de Poesía Alonso Vidal, entre otros. Libros: Los muchachos del Guinness Book, Permanencias, Pertenencias, entre otros.
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