A cidade, quando feita de homem, língua e mulher, não fica só no osso. Não, ela é músculo e alma, excitáveis e contráteis, é porém uma especie de coração que se agita dentro de você a toda vez que andas na rua. A cidade é um refugio da memória onde o esquecer tem patente e permisão. É talves um caos, na verdade é o caos mesmo, uma mixtura de referentes, um espaço construido para que o amor e o desamor possan ter inumeras motivações para o combate e para a palavra que se faz cavalgadura de seus propósitos -sem a língua para nomear não existe o amor, não existe o desamor, também não o silêncio, não há projeto. A cidade feita de homem, língua e mulher, é o descalabro e ao mesmo instante a redenção. Mas lembre-se que é so isso quando é feita assim. Se for só pedra sobre pedra pode ficar núa e perecer diante o silêncio e o frio, pode sim ficar no osso, o nosso, e pesar como a laje de um túmulo para a qual ninguém registrou palavras nem memórias, que ainda não é uma lápide. Continuar a ler “NEM TODAS AS CIDADES SÃO DE PEDRA-Texto, poema e imagens de Nelson González Leal”
Escribimos a dos manos, no a cuatro. A cuatro escriben los cuadrúmanos, una especie extraña inventada por los que escriben con una. Eso sí, caminamos en dos piernas y bailamos en todas las que nos alcancen, aunque lo usual es que nos digan “vamos a echar un pie”. Somos ligeros, de equipaje y de vida, y escribimos porque nos encanta, muchas veces sin sentido -no como ésta, claro, que tiene todo el sentido del otro mundo, de ese donde somos cuatro que escribimos siempre a dos manos y bailamos en cuatro pies.
3
Hay que pagar impuestos y puestos a pagar lo mejor es correr por la avenidas, evitar los maléficos senderos donde pastan los hombres de largas gafas y extrañas geometrías. Dancemos en un pie y paguemos en dos manos. Somos la raza torpe que enriquece a los inútiles. Dancemos y paguemos, derecho de frente, derecho de lado, derecho de fondo, derecho al derecho y al maltrecho por donde huiremos puestos a pagar, impuestos de todo, beneficiados de nada.
7
Ellos eran grandes y sin embargo rodaron. Se fueron de bruces. Mordieron el polvo. Cuatro manos no bastaron para evitar la caída. En algún momento dejaron de hablar y la gente a su alrededor quedó petrificada, como hechizados por la mirada de la Gorgona. Grandes, autosuficientes, invencibles e invisibles. Imbéciles también por no prestar atención al cruce de las calles, al acecho tras los árboles. Ellos se nombraban a sí mismos con palabras fulgurantes. Ese fue su error, porque todos sabemos que el fulgor no alcanza más allá que la sorpresa del destello. Ahora son sólo ceniza esparcida entre los dedos de los falsos profetas y verbo repetido en las arengas de esquina.
10
Hay polvo en el aire. Ellos que son extraños lo detectan. Evitan las esquinas de las habitaciones y no miran al techo. Escuchan el maullido de los gatos y lo que parece un lamento de lobos por la madrugada. La casa es antigua. También el jardín y el patio. Algunos cambios, aquí y allá, arriba y abajo, paredes y piso, ventanas y puertas, revelan el laberinto. Hay sombras en el aire y ellos que son de luces lo iluminan, dan los pasos necesarios, medidos, en la trayectoria de quien revisa a conciencia, de quien indaga y descubre. Pasan los dedos por las cerraduras y entienden. Hay herrumbre. Hay silencio. Hay polvo en el aire y todo se desvanece entre las motas y los hilos de Ariadna.
13
Tormentas. De este lado del tiempo comunes son las tormentas. Nosotros nos guarecemos bajo los árboles del patio a cada estruendo en el cielo. Ellos no. Ellos danzan y ríen en mitad de la calle. No le bastan sus cuatro pies para dar gusto al frenesí. Aquello es un aquelarre. Las tormentas se apoderan del tiempo, lo oscurecen, lo hacen confuso, ruidoso, imponente. Nosotros corremos. De los árboles del patio vamos a los quicios de las puertas en la cocina. Vemos huir las ratas. Escuchamos aullar los lobos y un agudo zumbido se instala en nuestros oídos. Somos ahora parte de todo y todo nos transforma en piezas de lo turbio. De este lado del tiempo son comunes los desquicios (ya se habrán dado cuenta). Ellos danzan. Ellos ríen. Ellos engañan. Nosotros somos el miedo.
16
Lo sabemos, el resto huye en estampida o hace fiestas como ratas. Los otros, los que no pertenecen, quedan en mitad de la calle, heridos y solitarios. El resto repite orgasmos con las arengas y el alarido de los profetas. Los otros piensan y conspiran, desean, aspiran, entristecen. El resto marcha alegre y se besa, se acaricia e ignora la herrumbre tras las puertas. Los otros se oxidan en la espera.
17
Bien organizados, marchamos. A paso de vencedores por la calle del medio. Contamos, uno, dos, tres, y cantamos una marcha conocida. Uno, dos, tres. Nos saludan. Saludamos. Nadie se oculta, nadie nos oculta. No nos detendrán barreras, barricadas, ni silencios. Uno, dos, tres, paso firme, consignas al aire, puños, charreteras y antiguas memorias. Nadie tropieza. Todos son ágiles y están bien entrenados. Todos firmes en sus cuatro pies cruzan las trincheras como si de esquinas se tratara. Uno, dos, tres. Oscuros y orgullosos de su avance hacia la herrumbre.
18
Maúllan los lobos y no hay luna llena. Aúllan los gatos y las ratas escuchan extasiadas. La ciudad se aferra a estos extraños designios. Vagan por sus calles y callejuelas sombrías putas, hieráticos mendigos, fablistanes y asesinos. Solo una tarde de alcohol basta para la recomposición del caos, pero hay ley seca, tránsito seco y muerte agria. En la morgue retumban los cadáveres que no se levantarán jamás. Las marchas son de otros, quizás tan muertos como ellos y torpes. Los lobos suben a los muros y desde allí mueven la cola y se lamen. Los gatos se juntan, olfatean y acechan. Las ratas se han dado cuenta y deciden ocultarse en los recovecos y callejones. Hombres de una raza torpe avanzan y conquistan, sin percibirlo siquiera.
26
Herrumbre, solapa, destierro. Marcan los pasos con tiza, el contorno de los cuerpos desahuciados en las calles. Se ha acabado el carnaval y hay quien anuncia el fin de toda fiesta. Pocos lo creen, es difícil de aceptar en un territorio que ya fue tan rico. Pomposos, los señores de los cantos y las falsas esquinas que se ocultan tras las sombras y el rechinar de los portones, callan y esperan. Herrumbre. Y a pesar de todo vestimos nuestros trajes de gala, de solapas bien planchadas, y vamos a echar un pie.
27
Ellos son los que caminan entre la bruma. Trajeados siempre de gris, con aros en las orejas y perforaciones en la nariz, cualquiera diría que son una nueva raza, pero son ágiles, se mueven con soltura y sigilo y son expertos en mezclarse con el tumulto. No existe quien los haya señalado alguna vez. Son hombres, no hay duda. La anchura de sus espaldas y la altura de sus hombros lo revela. Alguna vez puede que haya habido alguna mujer entre ellos, pero su fin fue siempre procreativo. Ellas nunca caminaron en la bruma, ni se trajearon de gris, ni perforaron sus orejas y narices. Tampoco eran ágiles. No, ellas venían de una raza torpe y se dedicaron a engendrar a estos hombres, que se mueven entre la bruma y murmuran. Sus voces son un murmullo y sus pasos un adagio sobre las largas esperas. Y entonces hay días en que la bruma se disipa y ellos quedan al descubierto, extensos y paralizados, robustos y trepidantes, a punto de estallido, hasta que alguien grita y el viento los arremolina como en un carnaval de hojas marchitas.
29
Olor a mandarina y a distancia, a atrevimiento, desafío, a niñez. Olor a cosas lejanas, de esas que se miran desde las ventanas ajenas como si fueran propias. Alegría, sonrisa suave, suave satisfacción. Olor a baile, a ella, al primer amor. Todo le llegó de un soplo en el exacto instante en que terminó de cruzar la esquina y el resto del mundo dio la vuelta sobre si mismo para no encontrarse más. Olor a si mismo también, con música, sin llanto, por primera vez sin llanto, desde que el propio desafío de quererse comenzó.
31
Hay una trayectoria de tiempos, de años. Él lo sabe. Ella lo sabe. Y se dan la mano. Buscan los resquicios, los mínimos indicios, los lugares libres, y corren, corren, corren, como si fueran los últimos testigos del último testimonio de la soledad. Luego, muy luego, aparecerán los otros y arrastrarán cadenas para demostrarles que la herrumbre pasa, que el destino no es más que una amenaza detenida a la orilla de los días, y ya.
33
Son cuatro y alientan el miedo. El aroma a café los recibe cada mañana. El largo frío de la noche los enmienda, los corrige, los embalsa. Y ellos andan, de a poco, por las aceras. Toman una taza de café puro, cerrero, sin azúcar; la toman de un trago y observan, a la derecha, a la izquierda, arriba, abajo. Nada hay que los impida. Y salen. Recorren las calles, buscan. Son cuatro y llevan martillos y azadas. La herrumbre será con ellos. Con ellos el fin.
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Nelson González Leal | Escritor y periodista venezolano. Ha publicado Entre grillos y soledades (poesía, Edit. Petroleum, Maracaibo, Zulia, Venezuela, 1986), Una pista sutil (relatos, Edic. SCEZ, Maracaibo, Zulia, Venezuela, 1988), y Esa pequeña porción del paraíso (novela, Edit. Comala, Caracas, Venezuela), y participó en la antología Un paseo por la narrativa venezolana. Ocho relatos cortos (Edit. Resma, Santa Cruz de Tenerife, España, 1988). También ha publicado textos en diarios y revistas locales e internacionales, impresos y en Internet.
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