EDUARDO SANTELLÁN(*)- por Carlos Barbarito

No es la única vez que me sucedió. El hombre –se dice- es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. En mi caso, más de dos veces. Me pasó con Raúl Gustavo Aguirre, con quien mantuve una abundante correspondencia e intercambio de libros durante tres años y, cuando me había decidido a visitarlo a su casa en Olivos, me llegó la noticia de su muerte. Y con Roberto Aizenberg, con quien mantuve todo un año de conversaciones –que luego formaron parte de un libro que él nunca vio publicado- y de aquellas visitas y charlas, si bien conservo registro grabado, no hay ninguna fotografía. ¿Por qué no llevé jamás mi cámara a su casa en la calle Brasil? No lo sé. Pienso en Carlos M. Luis, que fuera en su momento integrante del grupo alrededor de José Lezama Lima, y su visita a Córdoba; cerca y al mismo tiempo demasiado lejos en esos días para mí, lo siempre: el trabajo. Poco después me dice de su enfermedad y, luego, enseguida, su esposa me avisa de su fallecimiento. No diferente es el caso de Eduardo Santellán. El mismo me confesó más de una vez por correo electrónico de su condición de monje eremita. Pero, ¿y yo? ¿Por qué no tomé el colectivo si la distancia entre nosotros era mínima, él en La Reja y yo en San Miguel? Tal vez, en este caso, primó el respeto a la intimidad. Pero, amigos, ahora me pregunto y les pregunto: ¿por qué no subí al colectivo, recorrí la escasa distancia y toqué el timbre de su casa para al menos decirle: “aquí estoy, soy Carlos, encantado…” No. No fue y ya no podrá ser. No hay regreso, mal que le pese a Wells. Hoy, aquí, nos reunimos para recordar a Eduardo, entre amigos, los que lo conocieron personalmente y los que no lo hicimos pero supimos de su trabajo que, milagro del arte, lo sobrevive.

Hace poco, sentados a una mesa de un café en San Miguel, conversamos Matías, hijo de Eduardo, y yo sobre esto y aquello y, entre otras cuestiones, el surrealismo. Hablé antes de la compleja relación que mantengo con el surrealismo. Porque, lo dije muchas veces, “entro y salgo” de ese ismo pero, al mismo tiempo, hay un cordón umbilical que me mantiene unido a él, haga lo que haga, intente lo que intente. Quizás por eso, u otra cosa que se me escapa, es que mantengo comunicación con artistas y críticos de aquí y del extranjero y formo parte de antologías y reuniones. Y es el surrealismo lo que nutre la obra de Eduardo. Me detengo y pienso: Eduardo nació en 1951, forma entonces parte de mi generación; aportó su trabajo, entre otras publicaciones, a Expreso imaginario, donde se publicaron por primera vez poemas míos fuera de mi ciudad natal, Pergamino; colijo que debió estar, más de una vez, cerca o muy cerca, en los mismos lugares donde repartíamos nuestras revistitas a mimeógrafo en los lejanos días de la llamada “prensa subterránea”; fuimos con seguridad a los mismos recitales y con seguridad, como yo y tantos otros, temió a la salida ante la aparición de la policía montada… Pero no, nadie nos presentó, nada nos reunió y, lo estoy viendo, pasamos uno cerca del otro, sin hablarnos. Venimos, amigos, de un mismo tiempo, Eduardo y yo, atravesamos vicisitudes semejantes, tuvimos sueños parecidos. Fui invitado a hablar de ello, a años de su muerte, me sacudo tanta nostalgia y arrepentimiento, que de poco y nada sirven, y quiero traer otra imagen, la de un Eduardo Santellán victorioso ante la muerte porque su obra, fascinante, significa ante todo una victoria sobre acechanzas, destinos, finales. Claro, nada reemplaza a la vida, a la presencia física, a la respiración próxima. Pero, ¿qué podemos hacer sino hallar en otra parte, en un dibujo, en una pintura, aunque fuere un eco de aquella existencia? La obra de Eduardo es mucho más que un eco. Que quede claro. Es una especie de punto que irradia. Y lo seguirá haciendo, mientras haya alguien que la contemple.

 

Por último, si aquí hablo de Eduardo y su obra es por algo. Algo que va más allá del hecho de no haber podido conocerlo y estrechar su mano.. Incluso, ahora se me da por pensar que eso no importa. Porque de algún modo –el universo es misterioso-, aquí y ahora, en alguna parte, que mi pobre razón humana no alcanza a entender, lo estamos haciendo. Un encuentro en otro plano, donde ya no hay necesidad de hablar para comunicarse. Donde ya no tiene importancia estar vivo o muerto para compartir un mismo ámbito. Me pregunto si hasta allí podrá llegar la voz de Billie Holiday, cantando, digamos, “The Man I Love”. Seguro que sí.

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*Eduardo Santellán (Haedo, Buenos Aires; 19 de agosto de 1951ibídem, 6 de agosto de 2011) fue un dibujante, ilustrador e historietista argentino. Residió hasta sus últimos días en La Reja, Buenos Aires junto con su familia. En 2010 editó su libro “Húmedo y vertical: Surrealismo erótico” bajo el sello La Máquina de Coser Paisajes Ediciones. En 2011 retomó junto al músico Luis Alberto Spinetta un proyecto de libro de poemas ilustrados en el que trabajó hasta sus últimos días.

Carlos Barbarito (Pergamino, Buenos Aires, 6 de febrero de 1955). Publicó hasta la fecha más de veinte libros de poemas y de crítica de artes plásticas. Parte de su obra está traducida al portugués, francés, italiano, inglés y rumano.